zofia beszczyńska

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cara pájara

ilustraciones: Elżbieta Krygowska-Butlewska
Mila 2013

 (fragmento)

Éranse una vez un chico y una chica. Se llamaban Jurek y Marysia y vivían con sus padres en una casita junto al bosque. El colegio les quedaba un poco lejos, pero a cambio el bosque lo tenían muy cerca. Aunque nunca se metían en lo profundo. Hasta cierta vez. Hasta cierta discusión con mamá.
–Como castigo no vais a ver la televisión –dijo mamá–. En lo que queda de semana.
Y todo porque en la tienda no había pan ni huevos, y algo más... y en realidad porque la tienda ya estaba cerrada. Y, ¿qué podían hacer? En el quiosco se compraron revistas y chicles para no desperdiciar el dinero.
Pero mamá les dijo que no era la primera vez, que no podía confiar en ellos y que ya estaba harta. De su vaguería y de su desorden, y de sus trastadas.
¿Cómo es eso, que estaba harta?
¡Eran ellos los que estaban hartos de todo! De limpiar y de ayudar, y de hacer los deberes. De la coliflor para comer y el alforfón hervido para cenar. De lavar calcetines y bragas y de volver a casa antes de anochecer... Y sobre todo de las constantes charlas, sermones y lecciones, ¡como si siguieran siendo unos niños pequeños!
Metieron en sus mochilas la comida que encontraron en la cocina, unos jerseys, cerillas y una navajita y se pusieron en marcha. Al bosque.
En el primer claro extendieron sobre la hierba las cazadoras, se sentaron y se lo zamparon todo hasta la última miga. Una salchicha sin pan y galletas con mermelada, unos tomates y chocolate con avellanas, un helado ya un poco derretido y un paquete de patatas fritas, tragando todo junto con una gaseosa de naranja. Por fin nadie les podía prohibir nada ni mandarles lavarse las manos ni antes ni después de comer.
Luego querían recoger arándanos como postre, pero no encontraron ni uno. En cambio dieron con un arroyuelo y bebieron agua formando una escudilla con las manos.
Pero cuando se inclinaron sobre el agua no se vieron reflejados. En vez de Marysia en la orilla estaba sentada una rana verde, y en vez de Jurek una serpiente con manchas de colores. Se frotaron los ojos. El agua se ondulaba y formaba olas, desdibujaba los contornos, el bosque también se fundía en las tinieblas. El sendero por el que habían llegado estaba cubierto de helechos. Los árboles se estiraban hacia lo alto, en el cielo resplandecían cada vez más estrellas. A los niños se les pasaron las ganas de beber. Se tomaron fuertemente de la mano y echaron a andar.
Las columnas de árboles formaban un túnel, al fondo titilaba una lucecita. Saltaba ya arriba, ya abajo, ya a los lados, como un pajarito que revoloteara.
Primero vieron una colina cubierta de zarzamoras. Después, una casita. Era redonda y blandita y giraba en todas direcciones, porque se tenía sobre una pata de gallina. La ventana iluminada desaparecía y aparecía de nuevo, sin dejar ver el interior. Y alrededor había muchos pájaros. Dormidos, preparándose para dormir o en vela, mirando a los niños por entre las hojas.
De repente se abrió la puerta de la casa. Los pájaros levantaron un griterío estridente, sus plumas centellearon como fuegos artificiales. Pero los niños no se dieron cuenta, porque de la casa salió una vieja.
Tenía la cabeza parecida a la de un pájaro. En vez de pelo le salían plumas por todas partes, su nariz parecía un pico, los ojos le brillaban como llamitas.
–Hola –saludó con voz ronca–. Hola, Marysia; hola, Jurek. ¡Entrad! ¡Os estaba esperando!
Les miraba un poco de lado, un poco de frente, de modo que los niños no tenían manera de captar su mirada.
–Ay, ay, me he olvidado de presentarme. ¡Soy Cara Pájara!

traducción de Laura Vargues Sánchez
 


 

 

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