zofia beszczyńska

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El Espejito Peludo

Érase una vez una niña tan pequeña que todo el mundo la llamaba Chica, así que nosotros también vamos a llamarla así. Y también había un espejito: no muy grande, redondo y brillante como todos los espejos, pero todo cubierto de una pelusa suave y ondulada de color verde clarito, de modo que no podía llamarse de ningún otro modo que no fuera Espejito Peludo.
Chica y Espejito Peludo (que a veces llamaremos para acortar Espejito) vivían juntos y aunque puede decirse que Espejito era propiedad de Chica, es mejor no hablar así, porque ¿quién sabe cómo eran las cosas en realidad? Espejito quizá diría que era justamente al revés (es decir, que Chica era propiedad de Espejito), y por eso nosotros tampoco vamos a discutir por ello. Es suficiente con saber que vivían juntos, jugaban juntos y emprendían juntos diversas aventuras.
Y justo de esto trata este libro: de las aventuras de Espejito Peludo y Chica, de Chica y Espejito Peludo. Creo que fueron más de las que aquí caben. Pero hay que empezar por algún sitio, ¿verdad? Así que empezamos.


La manzana de oro

Cierto día en la alfombra de la habitación de Chica apareció una manzana de oro. Redonda, brillante y del oro más puro, desde el hueco con pelitos hasta el propio extremo del rabito. Tales manzanas no se encuentran en una casa normal así como así, como si nada. Y además era evidente que debía de haberse salido de algún cuento. ¡Porque que procedía de un cuento estaba más que claro! De un modo u otro, en nuestro mundo no serviría para nada, no se podría hacer nada con ella. Era de oro sólo de una manera mágica, de cuento.
En el suelo había desordenados varios libros que, sin saber de qué modo, se habían caído de los estantes, sus hojas estaban abiertas como alas de extrañas mariposas blancas y negras. Chica cogió un libro, luego otro... y de repente se dio cuenta de qué había pasado.
La manzana en efecto (sin saber cómo) se había salido rodando de un cuento. Trataba éste de una princesa que se había puesto tan enferma que se había dormido y no podía despertarse. Y no sólo eso, junto con ella se habían dormido también todas las personas y animales (¡hasta los enseres!) del Castillo, e inmediatamente después, los de toda la Ciudad. Y nadie podía interrumpir este sueño, devolverle la salud a la princesa: nada, con excepción de la manzana de oro, que crecía en el Fin del Mundo y que tenía que llevarle un joven único, valiente y con el corazón de oro. Entonces la princesa sanaría, se enamoraría del joven, sería correspondida por él y después se casarían. Tendrían un montón de niños gorditos y alegres y juntos reinarían en un reino fabuloso que abarcaría hasta el Fin del Mundo.
Chica se sabía toda la historia casi de memoria, igual que conocía al detalle también las ilustraciones; al instante se dio cuenta de que les faltaba algo. Y ese algo era, como seguramente habéis adivinado, la manzana de oro. Y así -pensó la muchacha con una pena repentina- por la falta de esa manzana que, sin saber cómo, se ha caído del libro directamente a mi cuarto (y es de otro mundo totalmente diferente) la princesa nunca sanará y el cuento se quedará para siempre sin final feliz. ¿Qué hago, qué se puede hacer? - se repetía. - ¡Porque hay que hacer algo!
Entre tanto se había puesto a su lado Espejito Peludo. Se apoyaba con impaciencia ya en un pie, ya en otro, como si no pudiera aguantarse las ganas de una nueva aventura. ¡Y tenía razón! La propia aventura había venido a ellos, los había encontrado ella sola.
Pero Espejito no le dejó pronunciar palabra.
- ¡Yo lo sé, yo lo sé! - decía, dando saltitos ora sobre un pie ora sobre el otro. - ¡Lo solucionaremos juntos! - Y después, mirando a Chica de reojo, añadió en tono perentorio: - ¡Venga, vístete y salimos! ¡Coge sólo el libro!
Quería decir algo más sobre la manzana, pero no tuvo tiempo: la propia niña se la guardó a toda prisa en el bolsillo.
Y salieron, a la playa. Espejito iba delante, de guía, puesto que la idea era suya. Y la idea era esta:
- Tenemos que llegar como sea a esa Ciudad. A través del dibujo en el cuento no se puede, ¡eso lo sé muy bien! - declaró poniendo cara de misterio.
- ¿Y a través de ti? - quiso saber Chica.
Espejito sólo suspiró.
- En otra ocasión - dijo de manera más intrigante todavía que antes. -Ahora tenemos que construirla.
- ¿Construir el qué? - Chica no entendía.
- ¿Cómo que el qué? ¡La ciudad, evidentemente! Y el Castillo.
Por fortuna la playa - extensa y cubierta de principio a fin de arena finita- estaba por completo desierta. No se sabe por qué, puesto que hacía calorcito, sol y no soplaba el viento; ¡pero el caso es que así era!
Chica y Espejito se pusieron manos a la obra. Primero, mirando la ilustración del libro, trazaron con ciudado un círculo donde debía alzarse la Ciudad: con sus murallas de defensa y el foso, una puerta que llevaba al interior y callejas estrechas y empinadas; con sus escaleras y sus casas, que se apretaban de tal manera entre sí como si de otro modo fueran a caerse; con sus árboles y sus farolas, ahora profundamente dormidas. Y por supuesto el Castillo en lo alto, lo más alto, de modo que desde él se podía ver creo todo el mundo. ¿Quizá incluso el Fin del Mundo? Y después construyeron todo esto, exactamente igual que en las ilustraciones del libro. En la Ciudad faltaban sólo las personas y los animales, pero aparecerían más tarde.
La construcción de la Ciudad les llevó a Chica y a Espejito todo el día, desde la mañana hasta la tarde. Y cuando anocheció se sentaron, muy cansados, para admirar aunque fuera en la oscuridad su obra.
- Volveremos aquí mañana, ¿verdad? - susurró Chica.
Espejito chasqueó la lengua.
- Hasta mañana es mucho tiempo - afirmó. - Y ciertos encantamientos sólo actúan de noche. ¡Ahora tenemos que encender una hoguera!
¡Para Espejito nunca había nada difícil! Y así en la playa - todavía más extensa y desierta que de día - brilló una hoguera, de auténticas llamas. No muy grande: lo justo para que Chica y Espejito, cogidos de la mano, pudieran bailar a su alrededor. Así bailaron y cantaron, primero muy bajito, luego bajo, después en voz más alta y luego cada vez más fuerte. Cantaron para contarle a la Ciudad cómo debía ser cuando reviviera. Cómo de gruesas debían ser sus murallas y las paredes de las casas, cómo de luminosas las ventanas y cómodos los umbrales de las puertas, cómo de empinadas las escaleras y de retorcidas las callejas, cómo de fuertes y flexibles los árboles; cómo de poderoso el Castillo.
Así cantaron y bailaron, bailaron y cantaron hasta quedar completamente agotados. Y entonces se echaron junto al fuego que centelleaba en la oscuridad, se acurrucaron uno junto al otro y se durmieron.
Y cuando por la mañana los despertó el sol resultó que estaban tumbados junto a la Ciudad más auténtica del mundo. Sus poderosas murallas de piedra estaban rodeadas por un foso lleno de agua, pero por encima se divisaba un puente que llevaba hasta una puerta abierta de par de par. Más allá se podían ver las callejas estrechas y empinadas; con sus escaleras y sus casas, que se apretaban de tal manera entre sí como si de otro modo fueran a caerse; con sus árboles y sus farolas, ahora profundamente dormidas. Y el Castillo, por supuesto, en lo alto, lo más alto, de modo que desde él se podía ver creo todo el mundo. ¿Quizá incluso el Fin del Mundo?
- ¡Venga, vamos! - dijo Espejito con alegría.
Y cuando estuvieron en el puente, Chica sacó del bolsillo la manzana de oro y la arrojó al frente, porque sabía que es eso justo lo que hay que hacer en los cuentos. ¡Y ellos en ese momento estaban entrando en uno de ellos!
Y, en efecto, la manzana rodó ante ellos como indicándoles el camino, y por donde pasaba rodando iba dejando en el suelo una marca dorada. La ciudad dormía, con la gente sentada en el umbral de las puertas o inclinada sobre sus faenas, con los animales echados o de pie inmóviles allí donde les había alcanzado el sueño; incluso los árboles estaban callados, ningún viento hacía susurrar sus hojas.
Y así llegaron hasta el Castillo, también naturalmente dormido. Pero todas sus puertas se abrían ante ellos -o más bien ante la manzana- solas, hasta que al final un largo pasillo los llevó a la habitación donde dormía la princesa enferma.
La manzana rodó hasta los pies de su cama, cubierta de raso blanco, y se detuvo. Como a la expectativa de algo.
¡Espejito no tenía intención de dejarla esperar mucho!
- ¡Yo, yo! - susurró apresuradamente a Chica.
Y después carraspeó, se enderezó y, antes de que la muchacha se diera cuenta de qué pasaba, se acercó a la manzana con paso decidido. Se inclinó, la cogió y la puso en la mano de la princesa durmiente.
La princesa suspiró.
Espejito carraspeó.
La princesa abrió los ojos.
Espejito sonrió.
La princesa se llevó la manzana a la boca y le dio un mordisco.
A través del Castillo corrió un viento cálido, salió por las ventanas y recorrió la Ciudad. El Castillo y la Ciudad empezaron a despertar de nuevo a la vida.
La princesa sonrió y se incorporó en el lecho. Sus ojos brillaban y sus mejillas estaban coloradas como fresas.
Se estiró, bostezó y, con una sonrisa cada vez más bonita, dijo:
- ¡Así que eres tú, has sido tú quien me ha salvado, y junto a mí a todo el Castillo y la Ciudad! ¡Dime, oh, dime, hermoso y noble joven, cómo te llamas!
Espejito se quedó estupefacto. De repente se dio cuenta de lo que había hecho. En un segundo la pelusa verde clarito que le tapaba la cara se puso roja como el fuego. ¡Como la cola de una ardilla!
- Esto... - logró balbucear al rato.
- ¡Hermoso y tan modesto! - dijo la princesa. -Ven aquí, padre mío, ven, madre mía, venid cortesanos, ¡he aquí a mi salvador y prometido! ¡Me ama, y yo a él! ¡Ha llegado el momento de preparar la boda!
Al instante los pelos de Espejito pasaron de rojos a blancos. ¡Como la nieve y la leche a la vez!
- Esto... princesa, eres muy bella y todo eso, pero yo, perdona, pero, ¡DE VERDAD QUE NO PUEDO!
La princesa lo miraba como si no pudiera creer lo que oía.
- Porque yo, hermosa y además simpática Princesa - Espejito ya se había recuperado, y su pelusa poco a poco recuperaba su bonito tono verde pálido - porque yo ¡PERTENEZCO A OTRO CUENTO TOTALMENTE DIFERENTE! ¡¡DE VERDAD!! ¡¡¡DE OTRO CUENTO DEL TODO, PERO QUE DEL TODO DISTINTO!!! - Y como para infundirse ánimos, apretó fuertemente la mano a Chica.
La manzana en las manos de la princesa se movió de manera imperceptible, y la marca dorada que había dejado a su paso despidió un ligero resplandor.
- Nos vamos, ¿no? - susurró Chica en la pelusa de Espejito.
Y después, de la manera más dulce que pudo, sonrió a la princesa, hizo una bonita reverencia y anunció:
- Y ahora, la Princesa nos perdonará, pero ya tenemos que irnos. Nos sentimos muy felices de que la Princesa se haya despertado, es de lo que se trataba en realidad, pero en serio que nosotros somos de otro cuento. ¡Pero le deseamos a la Princesa que sea muy, pero que muy feliz! ¡De verdad!
Se dio la vuelta, llevando consigo a Espejito, y sin mirar atrás desfiló a paso rápido hasta salir de Castillo.
Fue en el último momento. Los guardias ya casi habían vuelto en sí y por todas partes llegaban corriendo cada vez más miembros de la familia real y más cortesanos.
Salieron corriendo del Castillo a toda velocidad, pero en la Ciudad tuvieron que aflojar un poco el paso. Las callejas se habían llenado de repente de una multitud de gente risueña y animales que se apresuraba en todas direcciones, pero por fortuna nadie les prestó demasiada atención. Sólo de vez en cuando alguien a quien estorbaban les daba un empellón descuidado o les gritaba con impaciencia:
- ¡Dejad paso! ¡Eh, vosotros, los del camino!
Pero sólo respiraron aliviados de verdad cuando se encontraron fuera de las murallas del Castillo.
El sol ya se estaba poniendo, dibujando en el cielo países fantásticos que aún desconocían. Se quedaron contemplándolos de tal manera que casi se olvidaron por completo de su Ciudad. Y cuando de nuevo la miraron vieron que ya no era la Ciudad del cuento, sino una simple ciudad de arena.
- Entonces esto ya es el fin - suspiró Espejito.
Satisfechos, pero también un poco tristes, volvieron en silencio a casa.
Una vez allí, a la luz de su lámpara, Chica de nuevo hojeó el cuento de la manzana de oro. Resulta que la Princesa en efecto sanó, el Castillo y la Ciudad se despertaron, todo acabó bien. Bueno... en realidad casi bien, porque la Princesa sigue sin tener su Príncipe y sigue esperándolo.
Pero yo estoy segura -¡más que segura!- de que él, el único, pronto encontrará el camino hacia ella.


traducción de Laura Vargues Sánchez

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